“Joy Division”, el documental | Cultural

Joy Division, la legendaria banda inglesa de Manchester, se ha visto favorecida en el imaginario de las nuevas generaciones gracias a las muy buenas películas que esta (in)directamente ha inspirado, como 24 hour party people (2002), de Michael Winterbottom, y Control (2007), de Anton Corbijn. Fácil, ambos proyectos podrían figurar entre las mejores 30 películas de la década antepasada. En lo personal, me inclino por la primera, por su registro que echa mano de la ficción y de la no ficción.
Joy Division, pese a no existir, lo tiene todo para perdurar. Talento, por un lado, y el efecto tanático por el otro, en el que se yergue la aún joven figura del cantante Ian Curtis, muerto por propia voluntad, a la edad de 24 años, el 18 de mayo de 1980. Cierto es que la banda se recuperó de tamaño golpe, manteniendo vivo el proyecto musical primigenio con las entendibles variables que descollaron en lo que conocemos hoy en día como New Order.
Este cuarteto, que la rompió en la segunda mitad de los 70, merecía su documental. Confieso que minutos antes de verlo, pensé que me toparía con el refrito de la explotación de la imagen del suicida frontman. Pero no. Felizmente, me equivoqué. El documental Joy Division (2007/me consta que mucha gente no lo ha visto, por eso lo comentamos) es una joya, un diamante de paranoica música oscurantista que cimentó las bases de lo que sería el rock pop ochentero.
El director Grant Gee equipara, en justa medida, el protagonismo de sus entrevistados. No deja de abordar, como es obvio, la figura de Curtis, pero lo más importante: resalta a la banda en su conjunto. En este sentido, Peter Hook, Bernard Sumner y Stephen Morris no son menos, cada quien sirve de pieza clave para entender lo que fue Joy Division, afianzando el concepto de que el grupo no era exclusivamente una figura, sino un amalgamiento de sensibilidades ansiosas por huir de la modorra de Manchester.
Joy Division solo grabó dos álbumes, Unknown Pleasures (1979) y Closer (1980). Sus canciones se siguen escuchando y bailando hasta hoy en todas las discotecas del mundo que ostenten buen gusto. Pensemos en “Transmission”.
Grant Gee ahonda en los impulsos que condujeron la grabación de ese par de álbumes, en cuyos procesos de edición tuvo mucho que ver Martin Hannett, genuina leyenda de la producción musical.
Este par de trabajos vienen a ser la radiografía de lo que significaba vivir en una ciudad en donde no había árboles, en la que en cada esquina te topabas con una fábrica abandonada, en cuyas calles veías a miles de jóvenes que no sabían qué hacer con sus vidas.
Joy Division recogió ese espíritu de desazón y perdición, cuando valía más ser un nihilista drogo que un esforzado ciudadano razonable y aceptado, por supuesto, por la sociedad.
La música de Joy Division y, posteriormente, New Order, está presente en la creación contemporánea. Joy Division es cultura. Sin duda.
Joy Division, New Order, Ian Curtis, Peter Hook, o como les guste ver el orden, son hoy en día faros culturales. De alguna manera, la narrativa, la poesía, las artes plásticas y visuales, el cine y el teatro, se nutren directa e indirectamente de la poética de esta banda que se formó en tiempos recios.
Que sigamos escuchando su música y apreciando la poesía de sus letras, no es poco.
Fuente: La República