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Hablemos del honor, por Rosa María Palacios


“Honor y gloria”, “El honor es su divisa” son frases castrenses que inundan la formación de un cadete policial o militar y lo acompañan a lo largo de su vida. No es para menos. Servir a la patria debe ser el más alto honor de un ciudadano y a la vez motivo de reconocimiento y aprecio social. La moral de la tropa y de la oficialidad no es un asunto menor, ni accesorio. Su misión responde a un fin trascendente y orientado al bien común. En la medida que se aleje de ese fin, la justificación moral de sus acciones decaerá y, por tanto, su razón de ser.

El diccionario de la Real Academia Española nos dice que el honor se define como la “cualidad moral que lleva al cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo y de uno mismo” y en un segundo significado indica: “Gloria o buena reputación que sigue a la virtud, el mérito o las acciones heroicas, lo cual trasciende a las familias, personas y acciones mismas de quien se la granjea”. Hay entonces una “cualidad moral” que debido a la recta conducta es honorable. De otro lado, reconocemos esa cualidad al quien le otorgamos mérito por ella.

Pensaba en estos días en los cientos de miles de oficiales y suboficiales del Ejercito, Marina, Fuerza Aérea y PolicíaNacional que, a lo largo de nuestra historia, en terribles situaciones, muchas veces abandonados por el Estado y por gobiernos, han cumplido su deber con honor. Personas que tuvieron las cualidades morales para cumplir las obligaciones que les dio tener el monopolio de la fuerza y que usaron ese poder dentro de los parámetros que les impone una conciencia recta. Son miles y conozco a decenas. Son mis, y nuestros, antepasados, familiares y amigos. ¿Por qué personas de una rectitud comprobada van a querer que se les homologue con otros que, traicionando todo sentido del honor, abusaron de su uniforme?

Se puede entender el stress de la guerra, las condiciones de soledad, terror, abandono con la que se enfrentó al terrorismo, pero ¿hay honor militar en violar campesinas analfabetas quechua hablantes aterrorizadas rogando por sus vidas y las de sus hijos? ¿Hay honor en la tortura? ¿Hay honor en el fusilamiento de niños y ancianos? ¿Hay honor en ejecutar justicia con mano propia y desaparecer cadáveres en hornos y fosas clandestinas? Yo no creo que ese sea el Ejército de Bolognesi, ni la Marina de Grau, ni la Fuerza Aérea de Quiñones. Ese es el ejército invasor del repaso, la rapiña y la crueldad. Compararlos es un insulto al verdadero honor y gloria de los que dieron su vida por el Perú con una mística que jamás perdió la humanidad, ni la superioridad moral frente a enemigos despiadados. A Sendero Luminoso no lo venció un salvajismo similar o peor que el suyo. Lo venció la inteligencia y la unidad con el pueblo para defender la democracia y nuestro proyecto de vida republicano.

Los familiares de las victimas asesinadas, torturadas, desaparecidas o violadas por las fuerzas del orden tienen un alto sentido del honor a pesar de ser víctimas, nuevamente, de miles de insultos en redes sociales con evidente patrocinio. No creo que ninguna de las causas llevadas a la justicia carezca de fundamento. Luchan por la memoria de quienes jamás tuvieron un juicio, ni siquiera injusto. Todo lo que han pedido es verdad, reconocimiento y justicia, para que nadie más tenga que pasar por este via crucis perpetuo. Los perpetradores son una minoría de minorías, pero, sus colegas de armas, dentro y fuera de las instituciones, en lugar de escoger el camino del honor, han preferido el encubrimiento, el engaño y la mentira, cuando no la negación absoluta y el olvido total de los hechos. Nunca entenderé porque, pero así sólo se destruye la moral de una institución. El daño que hicieron Fujimori y Montesinos a las Fuerzas Armadas en los noventa se ha repetido hoy.

Dina Boluarte se ha apurado a montar un acto de celebración del crimen en palacio de gobierno teniendo como invitados de “honor” (esa palabra, otra vez) a asesinos condenados. Ha promulgado una ley de amnistía de aplicación imposible, como fue la ley de prescripción de lo imprescriptible (el intento anterior de este Congresopara salvar a violadores) que no puede ser aplicada por ningún juez. En estos casos las amnistías están prohibidas porque el Estado peruano, como parte fundamental de sus deberes internacionales, tiene la obligación de investigar, procesar y sancionar a todo violador de derechos fundamentales.

Boluarte, que hace pocos años se abrazaba lagrimeando con los familiares de las víctimas, tiene en esto deudas que cree esta pagando. Las Fuerzas Armadas y policiales (a diferencia de lo que sucedió con Manuel Merino) dispararon contra civiles desarmados que protestaban contra su régimen. Equivocados o no, tenían derecho a protestar y si violaban la ley a ser detenidos, procesados y condenados. Boluarte y sus ministros ordenaron acciones a matar.  50 muertos se lo van a recordar para siempre, pero ese apoyo es el que la sostiene en el poder y la tiene atrapada. Pero ahí no termina la cuenta. Fernando Rospigliosi ya anunció que va a tramitar otra ley de amnistía para todos los policías y militares procesados, del mismo modo que Boluarte y sus ministros, por los asesinatos de diciembre del 2022 y verano del 2023. Solo habrá que tener paciencia para ver, como sucedió el 2001, como cae un régimen que celebra amnistías. Eso, tarde o temprano, ocurrirá. No se puede ir contra todo el derecho internacional y salir librado.

Algo personal, para terminar. La Constitución peruana reconoce el derecho al honor y a la buena reputación como derechos fundamentales. Por el mero hecho de ser personas tenemos una dignidad que está protegida contra la infamia, de ahí que toda acción que protege el honor busca restituir lo perdido por el agravio. Sobre el honor y las difamaciones de las que soy víctima en redes sociales y en medios asociados al pacto de gobierno, muchos me preguntan porque no querello a tanto lenguaraz. La respuesta es muy sencilla. Si la razón de la acción penal por difamación es restituir el honor perdido. ¿qué me puede restituir quien no tiene honor alguno? En esos casos, los insultos son un honor que me enaltece y que agradezco. La gran mayoría de la audiencia es sabia, lo sabe y lo aprecio. Yo prefiero hoy una respuesta política sencilla y contundente en las elecciones del 2026: #PorEstosNo


Fuente: La República

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